Ana Alejandre
Aunque no me interesan ni poco ni mucho los cotilleos de la alta y de la baja sociedad, pues ambos estratos sociales tienen sus líos, amoríos, dobles y triples vidas, y demás escarceos que solo deben importar a los propios interesados, hay unos personajes que son siempre motivo de comentarios desde que se conocieron y casaron hasta la actualidad, cuando ambos llevan ya muchos años muertos.
Aunque no me interesan ni poco ni mucho los cotilleos de la alta y de la baja sociedad, pues ambos estratos sociales tienen sus líos, amoríos, dobles y triples vidas, y demás escarceos que solo deben importar a los propios interesados, hay unos personajes que son siempre motivo de comentarios desde que se conocieron y casaron hasta la actualidad, cuando ambos llevan ya muchos años muertos.
Pero
el motivo de este comentario no es la abdicación del monarca por amor, sino la
publicación de la última biografía de Wallis Simpson, «La historia de amor no contada de la duquesa de Windsor», en la que
no se habla de los amantes, amoríos o caprichos que tuvo esta extraña mujer
estando casada con él, y lo que ello puede explicar de la verdadera naturaleza
de ese matrimonio, como han hecho otras biografías suyas, sino que explica
quién fue su verdadero amor (por entonces) y no era su marido.
Uno
de esos amantes de los que también habla este último libro, fue un simple
vendedor de coches, llamado Guy Marcus Trundle, quien, según parece, presumía
de que todas las mujeres se rendían a sus encantos y con el que existen
evidencias de que mantuvo “relaciones íntimas” cuando iniciaba su relación
amorosa con el entonces Príncipe de Gales, según informes del Servicio Secreto
británico.
Si
embargo, en fechas muy recientes, el escritor Andrew Morton, autor de esta
nueva biografía sobre la polémica mujer norteamericana, afirma que el verdadero
amor de esta enigmática mujer no fue ni su real marido ni su otro amante antes
citado, cuando ya era la duquesa de Windsor, es decir, cuando estaba casada con
el duque antes llamado a reinar.
Esta
afirmación no extraña a quienes han vertido ríos de tintas sobre esta peculiar
pareja, pues eran famosas sus fiestas, orgías y aventuras con uno y otro sexo,
que es una forma eufemística de decir que al duque de Windsor le gustaba algo
más que las mujeres y a su esposa le gustaban demasiado los hombres.
Pues
bien, la afirmación de este biógrafo (que también lo fue de la Princesa Diana)
de que el verdadero amor de la duquesa no era ni su marido ni el vendedor de
coches, se basa en que la dama en cuestión intentó seducir a su «amor secreto»,
Herman Rogers, solo dos días antes de casarse con quien fue su marido. Además,
el escritor afirma que Willis Simpson estaba dispuesta a no casarse si hubiera
podido contraer matrimonio con su amado, al que el propio biógrafo define como
un «hombre atractivo, con cabello castaño, porte de atleta, graduado en Yale y
felizmente casado».
El
matrimonio Rogers que mantenía una excelente relación de amistad con la futura
duquesa, fueron quienes le brindaron todo su apoyo cuando se produjo el
escándalo por la abdicación del entonces rey. Cuando ella huyó a Francia,
estuvieron a su lado, mientras se preparaba la boda.
A
pesar de su amor no correspondido por quien era solo un amigo leal, Willis y el
Príncipe Eduardo contrajeron matrimonio el 3 de junio de 1937, aunque ella
nunca olvidó ni dejó de amar al hombre que siguió casado felizmente con otra
mujer. Cuando la esposa de este, Catherine, falleció por cáncer, en 1949, creyó
que le había llegado una nueva oportunidad de reclamar la atención, desde el
punto de vista amoroso, del recién viudo, pero la suerte no la acompañó tampoco
en ese momento, pues otra mujer fue la elegida, Lucy Wann, que pasó a ser la
nueva esposa de Roger un año después.
Este
nuevo golpe a su ego, le hizo sentirse despechada y furiosa cuando se enteró de
la nueva boda del hombre a quien amaba. Eso le llevó a escribirle un telegrama
antes de que se celebrara el nuevo matrimonio, en la que le suplicaba «No hagas
nada hasta que llegue. Firmado: Tu ángel de la guarda».
Sin embargo, su petición no causó ningún efecto en la decisión de él de casarse
con su prometida y la boda se celebró sin contratiempo.
Wallis,
furiosa, le envió un regalo de bodas, a todas luces despreciativo, que es lo
que, según dice el propio biógrafo, «lo que un Windsor le daría a una doncella»,
lo que quiere decir que es una simple bolsa de paja. Además, la duquesa llegó a
la boda vestida de blanco, en un gesto descortés hacia la novia que, según el
protocolo, es la única que puede vestir ese color en la ceremonia nupcial para
no quitarle el debido protagonismo. También, cuando ambas mujeres se quedaron a
solas, amenazó a la recién casada con una frase en la que vertía todo el caudal
de despecho que tenía por no ser la elegida: «Te haré responsable si algo le sucede
a Herman. Él es el único hombre que he amado».
Willis
fue por sus amantes, su enigmática y fuerte personalidad y su propia ambigüedad
una figura controvertida entonces y en la actualidad. Hubo periodistas de la
época y, aún más recientes, que afirmaban que era un transexual, por sus duras
facciones. Incluso el biógrafo Michel Bloch interrogó a un psiquiatra
sobre el sexo de la duquesa, el doctor John Randall, quien afirmó sin dudarlo,
después de compartir pruebas con algunos colegas, que la duquesa era un hombre.
Sin embargo, Wallis ha pasado a la historia como una mujer que le costó el
trono a su marido, quien renunció por amor a su amada, plebeya y divorciada que
nunca hubiera sido aceptada como reina por la sociedad británica de entonces.
Existen
otras leyendas publicadas que hablan de que la duquesa había vivido en Shanghái,
en la década de los veinte, y ejerció de madame en un prostíbulo. De ello podía
venirle el conocimiento de artes amorosas que la hacían tan irresistible para
los hombres, a pesar de no ser una mujer especialmente agraciada.
Pero, también,
existen otras teorías de que su abdicación se debía a la débil personalidad y
falta de carácter del entonces rey Eduardo VIII, que encontró, en la oposición
a la mujer que había elegido para compartir su vida, una disculpa y una razón
válida que le permitiría renunciar a ser el nuevo Rey del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y emperador de la India, a la
muerte de su padre Jorge V, heredando el trono,
por su abdicación, su hermano con el nombre de Jorge VI, a quien le sucedió su
hija, y sobrina del Duque de Windsor, la actual Reina Isabel II.
Muchas
veces, la verdad sólo la conocen los propios interesados y en este caso, si
ella no amaba a su marido como es de esperar en una esposa -lo que pone en
evidencia sus continuos escarceos amorosos-, puede ser que el matrimonio entre
alguien de carácter tan débil como era el duque de Windsor y una mujer de tan
fuerte personalidad, podría encubrir algo más y distinto a un apasionado amor,
y ser una mera unión útil para ambos, ya
que él tendría, primero, una justificación para no reinar, tarea que parecía
que excedía sus fuerzas y era contrario a su temperamento poco decidido que ya advirtió su padre, el Rey
Jorge V; y, segundo, porque ella le serviría de aliciente en su vida libre de obligaciones
institucionales, y llevar su propia vida
más acorde a su naturaleza en la que se destacaba la timidez y cierta
introversión. Y, para ella, porque dicho matrimonio le permitiría pasar de ser
una mera ciudadana norteamericana de clase acomodada, doblemente divorciada, a
Duquesa de Windsor, ya que, por ser inteligente e interesante en su carismática
personalidad, debió atraer a una persona menos brillante, tímida, e
impresionable como era su marido.
Del
duque de Windsor se ha escrito mucho de sus escarceos siempre con mujeres
mayores que él y casadas. Sus preferencias sexuales no eran nada ortodoxas.
Está comprobado y demostrado que era masoquista y que sentía placer siendo
humillado por sus amantes, según testimonios de dos de sus famosas amantes que
precedieron a Wallis, Dudley Ward y Thelma Furness. Según
manifestaron al duque le gustaba ser sometido por las mujeres que tenían que
llevar la voz cantante y tener el papel dominante. Sus relaciones incluían
desde ponerse pañales y dejar que la “nana” le regañara; o bien, disfrazarse de
sirviente y convertirse en esclavo de su “dueña” o “ama”, tal como afirma el
escritor Charles Higham en una de sus biografías dedicada al duque, aunque
intenta desdramatizar esas prácticas, ya que afirma que son muy comunes dentro
de los miembros de la aristocracia británica.
Otro rumor constante es que el duque de Windsor tenía
tendencias homosexuales, aunque a excepción de una relación en la Universidad
de Oxford con un profesor, todos los biógrafos señalan que nunca fue un
homosexual practicante.
Portada de "Bailando con el diablo" |
La inmensa fortuna de ambos primos sirvió para financiar la
lujosa vida de los duques durante cinco años, quienes se convirtieron en
personajes reclamados por la jet set internacional y eran subvencionados por
muchos de ellos.
El mencionado libro de Bailando
con el diablo, habla de que después de 14 años de matrimonio, la duquesa
con 53 años, se encontraba totalmente frustrada sexualmente, y fue cuando conoció
a bordo del barco Queen Mary al
millonario, 20 años más joven, Jimmy Donahue, homosexual,
promiscuo y, según algunos testimonios, sádico, pues en una ocasión tuvo
problemas con la justicia por castrar a un soldado con una cuchilla de afeitar,
según afirma el autor de esta obra
“Desde entonces metió a Donahue en su cama y ahí permaneció
los próximos
cuatro años y tres meses”, relata Wilson. "Rubio, delgado, muy bien parecido y además con
un gran sentido del humor, se ganó el afecto de una sociedad que rechazaba la
homosexualidad, y también el afecto y simpatía de los Windsor, especialmente de
Wallis.
La duquesa de Windwor con Jimmy Donahue |
Jimmy Donahue era declaradamente homosexual y el duque tenía
fama de ser un homosexual reprimido. Por ello se llegó a hablar de un triángulo
de naturaleza sexual entre los Windsor y Donahue. Sin embargo, esto se
considera más una leyenda que realidad y en lo que hay unanimidad es que para el duque la relación
entre su esposa y el millonario playboy no era desconocida, pero fingió no
darse cuenta frente al adulterio de su esposa. Algunos insinúan que su silencio
se debía a que el propio duque tenía relaciones sexuales con el millonario,
también.
Durante los años que duró la relación entre la duquesa y el millonario, ella pensó en abandonar a su esposo para casarse con su amante, pero desistió por la responsabilidad histórica de haber sido la causante de que, por primera vez, un rey de Inglaterra abdicara el trono.
Después de cuatro años y tres meses de intensa pasión la
duquesa rompió su relación con Jimmy y nunca lo volvió a ver a causa de una
patada que recibió de él y que la dejó sangrando
Mas tarde, él fue acusado de haber asesinado a su amante
homosexual, David Morra, conocido como Lucky, quien apareció muerto en la
mansión de Donahue, en Hawaii, cuando se alojaba en ella. Muchos sospecharon
que la policía fue sobornada para aceptar como muerte natural lo que todo
parecía indicar que era una muerte violenta.
Jimmy murió el 8 de diciembre de 1966, a los 53 años. El
duque,f alleció seis años más tarde, y la duquesa los sobrevivió a ambos hasta
abril de 1986, cuando falleció a los 89 años.
No
hay que olvidar que, en la primera mitad del siglo XX e incluso mucho más
tarde, no era fácil airear la propia tendencia sexual no ortodoxa y, mucho
menos, para quienes representaban a la realeza o aristocracia de cualquier país
europeo y, más aún, si lo eran de un país que todavía estaba mediatizado por la
etapa victoriana y sus rígidas normas morales y prejuicios que convertían a
ciertas cuestiones escabrosas en un tabú.
Muchas
de estas supuestas historias de amor apasionado, de antes y de ahora, pueden
esconder muchas sorpresas y muchos enigmas que nada tienen que ver con el amor
y sí con otras cuestiones más prosaicas, utilitarias y a menudo poco
convenientes para salir a la luz pública para el buen nombre de sus
protagonistas y de aquello que representan.
El
matrimonio de los duques de Windsor tiene demasiados claroscuros, enigmas,
luces y sombras que solo sus protagonistas podrían desvelar. No fue quizás el
amor apasionado lo que les unió, sino, quizás, una necesidad mutua de ser
aceptados, de confianza y afecto que ambos se ofrecían, y por la simbiosis que
se establecía entre ellos: la de una mujer de carácter fuerte que era el
contrapunto adecuado a otro temperamento más débil, que necesitaba sentirse
sometido. Con esa mujer decidida y dominante al lado podía vivir su vida
pública con normalidad y plena aceptación social, dejando las sombras para una
intimidad compartida en la que ambos se sentían seguros de miradas indiscretas
y ávidas de morbosidad ante las que evitaban descubrir sus propios demonios
interiores.
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