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miércoles, septiembre 23, 2015

Selfie: o morir en el intento




            Las modas cambian constantemente, en una marea imparable de las que los medios de comunicación y las redes sociales hacen de eco multiplicador. Una de las últimas modas que está en la cresta de la ola, es la práctica del selfie, es decir hacerse a uno mismo fotografías bien con la cámara alejándola lo más posible y hasta donde llega el brazo, pero sobre todo con ayuda del llamado “palo selfie”, es decir una alargador en el que se instala la cámara de fotos o el móvil para hacer la foto, teniendo en los últimos modelos la posibilidad de ensanchar el campo de visión del objetivo para que así no salga sólo el rostro de quienes se fotografíen. Esto demuestra el enorme negocio que se ha creado alrededor de esta moda social que va en aumento, porque no hay ciudad importante de Europa que no tenga en sus calles multitud de vendedores ofreciendo los “palos selfie” a los turistas.
            Sin embargo, lo que parece una actividad intrascendente y sin mayores problemas, está dando una fatal estadística de muertos por dicha práctica. En lo que va de año en el mundo se han contabilizado y confirmado, hasta el momento, doce víctimas mortales debido a la práctica del selfie, bien porque se han caído desde un precipicio, o desde lo más alto de un edificio que les ofrecía estupendas vistas; o bien, han sido víctimas de un atropello por estar más pendientes de la cámara que del tráfico que los rodeaba, cuando no han sido arrollados por un tren por estar haciéndose una fotografía en plena vía ferroviaria, esperando que el tren estuviera lo más cercano posible para así darle más morbo e interés a la fotografía, consiguiendo solamente que el tren los arrollara,  pasando así  a engrosar la trágica lista de muertes por causa tan estúpida y trivial como es hacerse una foto.
            Tanto es el número de víctimas por este absurdo motivo que en Rusia, país en el que existen un gran número de aficionados al selfie,  el Gobierno ha publicado una guía para dar consejos que eviten morir haciendo un selfie, y dan consejos tan sensatos y de sentido común (aunque se sabe que es el menos común de los sentidos en esta sociedad enloquecida) como no intentar hacerse fotos en sitios peligrosos por escarpados, difícil acceso, superficies resbaladizas, etc., es decir lo que cualquier persona adulta y con un mínimo de sensatez trataría de evitar si quiere seguir en el mundo de los vivos y no perecer en el intento por hacerse una simple fotografía, tratando de emular a Supermán y con el resultado de ir a visitar a San Pedro con demasiada antelación a la prevista.
            Aunque la moda del selfie hace furor en este mundo siempre deseoso de novedades, estímulos y demás alicientes con los que matar el tiempo -porque la lectura, por ejemplo, una actividad tranquila y aconsejable por muchos motivos, es para una mayoría de ciudadanos muy aburrida-, pocos saben quién fue el inventor del “palo selfie”, que ha dado de sí tantas imitaciones, aunque el verdadero inventor que lo patentó fue Wayne Froom, un canadiense al que se le ocurrió, en 2002, cuando estaba de vacaciones en Florencia con su hija y pensó que era bastante incómodo y poco seguro entregar la cámara o el móvil a un desconocido para que les hiciera una fotografía, por lo que a su regreso a Canadá se puso  a pensar y diseñar hasta conseguir el Quik Pod, a pesar de que en aquel momento aún no se había puesto de moda la auto fotografía que después pasaría a llamarse selfie (a sí mismo), por ese mimetismo lingüístico idiota que tenemos los españoles que, aún teniendo uno de los idiomas con el léxico más rico y el segundo hablado  del mundo, copiamos palabras inglesas, a pesar de que es impensable que los ingleses cambiaran una palabra suya por el sinónimo en español, porque son menos idiotas que nosotros y no tienen complejo de inferioridad cultural como padecemos en este país que siempre considera mejor lo que es extranjero por el simple hecho de serlo.
            Aunque, realmente, quien ha dado un buen “palo”, pero de tipo económico a sus finanzas, ha sido Wayne Froom, quien está ganando una enorme fortuna por un invento tan pueril que le ha valido firmar un contrato con Disney para crear otros gadgets  (aparatos) que les asegura su futuro. Quizás, por eso no se preocupa de perseguir a sus imitadores porque estos, en el fondo, al copiarle, le están haciendo una estupenda campaña publicitaria.

            A la pregunta de cuál fue el primer selfie –utilizo el término para que me entiendan la mayoría de los españoles que comprenden mejor el inglés que el castellano, aunque no hablen  inglés y  desconozcan también el buen uso de su propia lengua-, parece que la respuesta que hasta la fecha se conoce es que lo realizó el matrimonio británico formado por Arnold y Helen Hogg, en 1925, aunque esa fotografía se quedó en el ámbito de la intimidad, y hasta que su nieto, Alan Cleaver, ante esta moda de la que tenía un antiguo ejemplo en su familia, le siguió la pista hasta conocer el nombre de su inventor o, mejor dicho, quien lo patentó, porque lo que demuestra la foto de sus abuelos es que sin patente provechosa, este tipo de auto fotografías ya se realizaban hacen muchas décadas, pero sin marcar tendencia, ni crear modas y, es de suponer, sin que tampoco engrosara la lista de víctimas mortales por accidentes causados por tan trivial actividad como es hacerse una foto, con o sin “palo selfie”.
            Naturalmente, hay muchos practicantes del selfie que no han tenido ningún tipo de contratiempo en dicha práctica, pero sí esta forma de  hacer fotografías induce a sus usuarios a buscar las imágenes  más impactantes, atrevidas, audaces e insólitas, por el mero hecho de que quien la realiza suele estar en soledad y no tiene que convencer a otro para ir a lugaresmenos accesibles. Cuando alguien está detrás de la cámara, por su posición frente al fotografiado, puede ver el peligro que tiene detrás, debajo, arriba o a ambos lados quien está ante ella, mientras que el fotografiado sólo ve y mira a la cámara, olvidando lo que le rodea y los posibles peligros que encierra con la sola ayuda del “palo selfie”..
            Es precisamente ese  artilugio el que, paradójicamente, les ha dado el “palo” definitivo a muchos de sus usuarios, colaborando a que tuvieran un fatal accidente sólo  por querer ir más cerca del borde del precipicio, más arriba, más abajo, fuera de, o más idiotamente peligroso, peligros de los que la sensatez y la precaución aconsejan alejarse a cualquiera que sea medianamente inteligente y que no necesite pasar a la posteridad por una simple e insensata  fotografía, pero no por su calidad artística, sino por el mero hecho de que al hacerla estaba firmando su propia  sentencia de muerte.



martes, abril 14, 2015

Decisión fatal

Sergio Caravero, neurocirujano

Valeri Spiridónov



            

                                                         

Ana Alejandre

El neurocirujano Sergio Caravero (Turín, 1964) que ejerce como tal en el hospital turinés Molinette, ha provocado un revuelo al afirmar que con sólo un equipo de 150 personas, 36 horas de intervención quirúrgica, y diez millones de euros podrá trasplantar una cabeza a un cuerpo distinto de un donante. Además afirma que tiene una lista de espera de cincuenta personas, lista que encabeza un ruso cuyo nombre es Valeri Spiridónov (residente en Vladimir) y de profesión programador, de 30 años de edad, quien ha decidido de forma irrevocable ser el primer trasplantado de cabeza por padecer una atrofia muscular espinal que le tiene inmovilizado en una silla de ruedas. Aunque el aspirante a trasplantado comprende y asume los muchos riesgos que conlleva tan terrible intervención, desde 2013 está en contacto con Caravero al conocer el proyecto de dicho neurocirujano.

            Al margen de las críticas que ha levantado dicho proyecto dentro del mundo científico, al que consideran disparatado expertos neurocirujanos por la imposibilidad de que sea viable volver a conectar el cerebro con la médula espinal y, por ello, que el paciente trasplantado pueda recobrar la movilidad -posibilidad que afirma Caravero que conseguiría de forma total en un año-, por razones que a los profanos de la medicina y la neurocirugía nos parecen indescifrables, este proyecto del controvertido médico hace recordar a la terrorífica criatura creada por Mary Wolstonecraft Shelley, esposa del poeta Percy Brysshe Shelley, a la que en su novela Frankenstein o el moderno Prometeo (1818) -que se considera la primera novela moderna de ciencia ficción y una excelente obra de terror gótico-, llama con el nombre del científico suizo, personaje de ficción, protagonista de la novela, el doctor Víctor Frankenstein
            Este personaje consiguió, después de  continuos experimentos en el campo de la electricidad, galvanizar a un ser con apariencia humana, aunque monstruosa y deforme, al que crea con órganos de diversos cadáveres. Dicho científico estaba inspirado en las figuras reales de Luigi Galvani y Erasmus Darwin que  investigaban sobre el poder de la electricidad para revivir cuerpos ya inertes y, especialmente en  Andrew Crosse, científico aficionado a quien llegó a conocer Mary Shelley, y que solía también realizar dichas prácticas experimentales de aplicar electricidad a los cadáveres, por ser considerada la electricidad -aún poco conocida-, una energía misteriosa y de posibilidades infinitas.
            El ser  monstruoso, creado por la imaginación de Mary Shelley, estaba  directamente inspirado en el personaje de Satán de la obra "El paraíso perdido", de John Milton, obra considerada una de las más importantes de la literatura británica y muy  alabada por los intelectuales de los inicios del siglo XVIII.
Mary Shelley, escritora

            Dicha criatura se puede considerar como una metáfora de la perversión a la que puede llegar la ciencia y sus intentos de convertirse en una especie de dios menor pero capaz de emular el poder divino cuya máxima expresión es la capacidad de crear la vida. No hay que olvidar que dicha obra se escribió cuando la industrialización había irrumpido y comenzaba a cambiar las estructuras sociales y económicas. El capitalismo que sustentaba a las nuevas tecnologías representaba un gran peligro para la propia  dignidad humana que se veía vejada, al igual que el doctor Victor Frankenstein despreciaba a la Naturaleza y sus leyes con sus experimentos de los que nació la criatura que llevaba su nombre.
            Esto explica que se interpretara el hecho de que la monstruosa criatura llegara a rebelarse contra su creador, quien temía perder todo control sobre la misma y que ejerciera el libre albedrío, eligiendo el camino del mal y destruyendo a su creador y a sus más allegados en un último acto de rebeldía destructiva, como un metáfora de la rebelión humana contra la servidumbre impuesta por la industrialización en el mundo del trabajo.
            También parece que la autora quiso reflejar que las consecuencias inevitables y terribles de los excesos científicos y tecnológicos, en su búsqueda constante de llegar hasta límites insospechados con el insano deseo de emular el poder divino, son el originen del mal que deviene de ello como castigo a la irresponsabilidad y soberbia humanas.
            En el caso de neurocirujano ahora noticia, a pesar de las trabas éticas que su proyecto tiene que salvar para llevarlo a cabo, nos hace recodar la historia escrita por Mary Shelley, en la que la criatura creada pasa a ser la víctima de la insania de su creador que se ve impotente ante la monstruosidad de  la vida que le ha sido dada; pero cuya naturaleza le hace estar al margen del resto de la humanidad que siempre le mirará con horror.
            Hay que preguntarse -si en un futuro más o menos cercano pudiera llegar a ser posible que el trasplante de cabeza fuera una realidad y que el trasplantado pudiera moverse con total normalidad y conseguir una plena autonomía-, cómo se sentiría   al despertar  y encontrarse en un cuerpo ajeno que ahora pasa a ser suyo -independientemente de los problemas de los rechazos que todo trasplante trae consigo-, y si no sentiría horror al ver, sentir, tocar y moverse "dentro" de un cuerpo que antes tenía otra cabeza como "propietaria". ¿Podría resistir la mirada de espanto de quien viera y reconociera su rostro "sobre" un cuerpo desconocido tan distinto al suyo original que le estaría recordando a quien le mirara que es ahora un ser hecho con partes tan visibles y notorias de dos personas distintas?
            Hay que comprender y respetar la tragedia humana que viven quienes están dispuestos a afrontar todos los riesgos que conlleva una operación de tanta trascendencia, porque en esa lista de cincuenta personas que esperan su turno para ser intervenidas por el doctor Caravero -cuando sea posible-, hay no sólo tetrapléjicos, sino también transexuales, lo que indica el grado de ajenidad y rechazo que estos últimos sienten hacia sus propios cuerpos que, a pesar de haber cambiado de sexo, siguen pareciéndoles que no son los que les corresponde a su identidad sexual. Entonces, cabe la pregunta de cómo sentirán sus nuevos cuerpos, pero que han sido de otras personas antes, cuando despierten del coma inducido de cuatro semanas dentro de ellos y comprueben que esa piel, ese tronco y esos miembros son aún más extraños que los que les han quitado en la operación de trasplante y a los que ya no podrán recobrar, aunque así lo quisieran, una vez operados.
            Así se lo ha advertido el cirujano anglosajón Junt Bajter, presidente de la Asociación Americana de Cirujanos Neurológicos quien ha comentado en el diario El Independent -versión digital-, "No le deseo nada malo a nadie, pero yo no permitiría que nadie me hiciese eso, ya que, si algo sale mal, hay un montón de cosas peores que la muerte".
            Entre los muchos peligros que presenta una intervención quirúrgica de ese tipo radica en la posibilidad aterradora de que el cuerpo rechazara la cabeza, lo que supondría la muerte del trasplantado. O bien, y no es menos pavorosa, podría sufrir todo tipo de extrañas consecuencias.
            Otros muchos científicos advierten que no se sabe qué podría ocurrirle a la mente del paciente cuando el cerebro se encuentre que tiene adosado un cuerpo que no es el suyo original. Una u otra opción es a cual más terrorífica para quien sufra una operación de esa importancia en la que no es la vida y la muerte sólo lo que está en juego, sino la propia identidad del sujeto, su capacidad de aceptar el paso de un cuerpo a otro, sin que dicho cambio de soporte físico le haga volverse loco o morir de terror ante una pesadilla que se ha convertido en realidad.
            La comunidad científica afirma que, hoy por hoy, una operación de trasplante de cabeza -lo que se trasplanta es la cabeza a otro cuerpo y no al revés-, no es posible y aún falta mucho tiempo para que pueda resolverse el problema de cómo unir el cerebro y la médula espinal de forma efectiva y total. Sólo cuando se hayan estudiado más a fondo las células madres se podrá llevar a cabo un proyecto así que en el presente está fuera del alcance de cualquier científico que intenta hacer realidad la historia de Frankenstein.
            Desde luego, quienes están en la lista de espera son personas con una gran angustia y creen que esa decisión fatal, a pesar de sus terribles consecuencias, puede ser la solución a sus sufrimientos para librarse de un cuerpo paralizado o que no sienten como suyo por motivos de identificación sexual y desean enmendar la plana a la propia Naturaleza que les ha jugado una mala pasada, aunque sus mentes funcionen a la perfección a pesar de sus discapacidades físicas o  problemas de identificación sexual, en el caso de los transexuales.
            Sin embargo,  aún falta mucho tiempo para que sea posible llevar a cabo una historia de terror semejante, y cuyo trasunto literario tuvo tan mal final en la obra de Mary Shelley, lo que puede salvar de ser víctimas de su propia decisión fatal a quienes la han tomado y están en la lista del doctor Caravero, librándose así de lo que advierte el doctor Junt Bajter al afirmar que "Hay cosas peores que la muerte". Ese terrible peligro parece no asustar a quienes lo  aceptan voluntariamente porque confían y esperan su salvación de manos del doctor Caravero para que éste lleve a cabo tan espeluznante propósito,  en un camino de ida a la esperanza, pero no de vuelta a la normalidad que ahora sí tienen, a pesar de sus vidas plagadas de sufrimiento en las que son seres humanos y no criaturas monstruosas que parecen salir de un terrorífica pesadilla sin despertar posible.