Las modas
cambian constantemente, en una marea imparable de las que los medios de
comunicación y las redes sociales hacen de eco multiplicador. Una de las
últimas modas que está en la cresta de la ola, es la práctica del selfie, es decir hacerse a uno mismo
fotografías bien con la cámara alejándola lo más posible y hasta donde llega el
brazo, pero sobre todo con ayuda del llamado “palo selfie”, es decir una alargador en el que se instala la cámara de
fotos o el móvil para hacer la foto, teniendo en los últimos modelos la
posibilidad de ensanchar el campo de visión del objetivo para que así no salga
sólo el rostro de quienes se fotografíen. Esto demuestra el enorme negocio que
se ha creado alrededor de esta moda social que va en aumento, porque no hay
ciudad importante de Europa que no tenga en sus calles multitud de vendedores
ofreciendo los “palos selfie” a los
turistas.
Sin embargo, lo que parece una
actividad intrascendente y sin mayores problemas, está dando una fatal
estadística de muertos por dicha práctica. En lo que va de año en el mundo se
han contabilizado y confirmado, hasta el momento, doce víctimas mortales debido a la práctica del selfie, bien porque se han caído desde
un precipicio, o desde lo más alto de un edificio que les ofrecía estupendas vistas;
o bien, han sido víctimas de un atropello por estar más pendientes de la cámara
que del tráfico que los rodeaba, cuando no han sido arrollados por un tren por
estar haciéndose una fotografía en plena vía ferroviaria, esperando que el tren
estuviera lo más cercano posible para así darle más morbo e interés a la
fotografía, consiguiendo solamente que el tren los arrollara, pasando así a engrosar la trágica lista de muertes por
causa tan estúpida y trivial como es hacerse una foto.
Tanto es el número de víctimas por
este absurdo motivo que en Rusia, país en el que existen un gran número de
aficionados al selfie, el Gobierno ha publicado una guía para dar
consejos que eviten morir haciendo un selfie,
y dan consejos tan sensatos y de sentido común (aunque se sabe que es el menos
común de los sentidos en esta sociedad enloquecida) como no intentar hacerse
fotos en sitios peligrosos por escarpados, difícil acceso, superficies
resbaladizas, etc., es decir lo que cualquier persona adulta y con un mínimo de
sensatez trataría de evitar si quiere seguir en el mundo de los vivos y no
perecer en el intento por hacerse una simple fotografía, tratando de emular a
Supermán y con el resultado de ir a visitar a San Pedro con demasiada
antelación a la prevista.
Aunque la moda del selfie hace furor en este mundo siempre
deseoso de novedades, estímulos y demás alicientes con los que matar el tiempo -porque
la lectura, por ejemplo, una actividad tranquila y aconsejable por muchos
motivos, es para una mayoría de ciudadanos muy aburrida-, pocos saben quién fue
el inventor del “palo selfie”, que ha dado de sí tantas imitaciones, aunque el
verdadero inventor que lo patentó fue Wayne Froom, un canadiense al que se le
ocurrió, en 2002, cuando estaba de vacaciones en Florencia con su hija y pensó que
era bastante incómodo y poco seguro entregar la cámara o el móvil a un
desconocido para que les hiciera una fotografía, por lo que a su regreso a
Canadá se puso a pensar y diseñar hasta
conseguir el Quik Pod, a pesar de que en aquel momento aún no se había puesto
de moda la auto fotografía que después pasaría a llamarse selfie (a sí mismo), por
ese mimetismo lingüístico idiota que tenemos los españoles que, aún teniendo
uno de los idiomas con el léxico más rico y el segundo hablado del mundo, copiamos palabras inglesas, a pesar
de que es impensable que los ingleses cambiaran una palabra suya por el
sinónimo en español, porque son menos idiotas que nosotros y no tienen complejo
de inferioridad cultural como padecemos en este país que siempre considera
mejor lo que es extranjero por el simple hecho de serlo.
Aunque, realmente, quien ha dado un buen “palo”, pero de tipo económico a
sus finanzas, ha sido Wayne Froom, quien está ganando una enorme fortuna
por un invento tan pueril que le ha valido firmar un contrato con Disney para
crear otros gadgets (aparatos) que les asegura su futuro.
Quizás, por eso no se preocupa de perseguir a sus imitadores porque estos, en
el fondo, al copiarle, le están haciendo una estupenda campaña publicitaria.
A la pregunta de cuál fue el primer selfie –utilizo el término para que me
entiendan la mayoría de los españoles que comprenden mejor el inglés que el
castellano, aunque no hablen inglés y desconozcan también el buen uso de su propia
lengua-, parece que la respuesta que hasta la fecha se conoce es que lo realizó
el matrimonio británico formado por Arnold
y Helen Hogg, en 1925, aunque esa fotografía se quedó en el ámbito de la
intimidad, y hasta que su nieto, Alan Cleaver, ante esta moda de la que tenía
un antiguo ejemplo en su familia, le siguió la pista hasta conocer el nombre de
su inventor o, mejor dicho, quien lo patentó, porque lo que demuestra la foto
de sus abuelos es que sin patente provechosa, este tipo de auto fotografías ya
se realizaban hacen muchas décadas, pero sin marcar tendencia, ni crear modas
y, es de suponer, sin que tampoco engrosara la lista de víctimas mortales por
accidentes causados por tan trivial actividad como es hacerse una foto, con o
sin “palo selfie”.
Naturalmente,
hay muchos practicantes del selfie
que no han tenido ningún tipo de contratiempo en dicha práctica, pero sí esta
forma de hacer fotografías induce a sus
usuarios a buscar las imágenes más
impactantes, atrevidas, audaces e insólitas, por el mero hecho de que quien la
realiza suele estar en soledad y no tiene que convencer a otro para ir a
lugaresmenos accesibles. Cuando alguien está detrás de la cámara, por su
posición frente al fotografiado, puede ver el peligro que tiene detrás, debajo,
arriba o a ambos lados quien está ante ella, mientras que el fotografiado sólo
ve y mira a la cámara, olvidando lo que le rodea y los posibles peligros que
encierra con la sola ayuda del “palo selfie”..
Es
precisamente ese artilugio el que,
paradójicamente, les ha dado el “palo” definitivo a muchos de sus usuarios, colaborando
a que tuvieran un fatal accidente sólo
por querer ir más cerca del borde del precipicio, más arriba, más abajo,
fuera de, o más idiotamente peligroso, peligros de los que la sensatez y la
precaución aconsejan alejarse a cualquiera que sea medianamente inteligente y
que no necesite pasar a la posteridad por una simple e insensata fotografía, pero no por su calidad artística,
sino por el mero hecho de que al hacerla estaba firmando su propia sentencia de muerte.