Ana Alejandre
El
neurocirujano Sergio Caravero (Turín, 1964) que ejerce como tal en el hospital
turinés Molinette, ha provocado un revuelo al afirmar que con sólo un equipo de
150 personas, 36 horas de intervención quirúrgica, y diez millones de euros
podrá trasplantar una cabeza a un cuerpo distinto de un donante. Además afirma
que tiene una lista de espera de cincuenta personas, lista que encabeza un ruso
cuyo nombre es Valeri Spiridónov (residente
en Vladimir) y de profesión programador, de 30 años de edad, quien ha decidido
de forma irrevocable ser el primer trasplantado de cabeza por padecer una
atrofia muscular espinal que le tiene inmovilizado en una silla de ruedas. Aunque
el aspirante a trasplantado comprende y asume los muchos riesgos que conlleva
tan terrible intervención, desde 2013 está en contacto con Caravero al conocer
el proyecto de dicho neurocirujano.

Al
margen de las críticas que ha levantado dicho proyecto dentro del mundo
científico, al que consideran disparatado expertos neurocirujanos por la
imposibilidad de que sea viable volver a conectar el cerebro con la médula
espinal y, por ello, que el paciente trasplantado pueda recobrar la
movilidad -posibilidad que afirma Caravero que conseguiría
de forma total en un año-, por razones que a los profanos de la medicina y la
neurocirugía nos parecen indescifrables, este proyecto del controvertido médico
hace recordar a la terrorífica criatura creada por Mary Wolstonecraft Shelley,
esposa del poeta Percy Brysshe Shelley, a la que en su novela Frankenstein o
el moderno Prometeo (1818) -que se considera la primera novela moderna de
ciencia ficción y una excelente obra de terror gótico-, llama con el nombre del
científico suizo, personaje de ficción, protagonista de la novela, el doctor
Víctor Frankenstein
Este
personaje consiguió, después de continuos experimentos en el campo de la
electricidad, galvanizar a un ser con apariencia humana, aunque monstruosa y
deforme, al que crea con órganos de diversos cadáveres. Dicho científico estaba
inspirado en las figuras reales de Luigi Galvani y Erasmus
Darwin que investigaban sobre el
poder de la electricidad para revivir cuerpos ya inertes y, especialmente en Andrew
Crosse, científico aficionado a quien llegó a conocer Mary Shelley, y que solía
también realizar dichas prácticas experimentales de aplicar electricidad a los
cadáveres, por ser considerada la electricidad -aún poco conocida-, una energía
misteriosa y de posibilidades infinitas.
El
ser monstruoso, creado por la imaginación
de Mary Shelley, estaba directamente
inspirado en el personaje de Satán de la obra "El paraíso perdido", de John Milton, obra considerada una de
las más importantes de la literatura británica y muy alabada por los intelectuales de los inicios
del siglo XVIII.
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Mary Shelley, escritora |
Dicha
criatura se puede considerar como una metáfora de la perversión a la que puede
llegar la ciencia y sus intentos de convertirse en una especie de dios menor
pero capaz de emular el poder divino cuya máxima expresión es la capacidad de
crear la vida. No hay que olvidar que dicha obra se escribió cuando la
industrialización había irrumpido y comenzaba a cambiar las estructuras
sociales y económicas. El capitalismo que sustentaba a las nuevas tecnologías
representaba un gran peligro para la propia dignidad humana que se veía vejada, al igual
que el doctor Victor Frankenstein despreciaba a la Naturaleza y sus leyes con
sus experimentos de los que nació la criatura que llevaba su nombre.
Esto
explica que se interpretara el hecho de que la monstruosa criatura llegara a
rebelarse contra su creador, quien temía perder todo control sobre la misma y
que ejerciera el libre albedrío, eligiendo el camino del mal y destruyendo a su
creador y a sus más allegados en un último acto de rebeldía destructiva, como un
metáfora de la rebelión humana contra la servidumbre impuesta por la
industrialización en el mundo del trabajo.
También
parece que la autora quiso reflejar que las consecuencias inevitables y
terribles de los excesos científicos y tecnológicos, en su búsqueda constante
de llegar hasta límites insospechados con el insano deseo de emular el poder
divino, son el originen del mal que deviene de ello como castigo a la
irresponsabilidad y soberbia humanas.
En
el caso de neurocirujano ahora noticia, a pesar de las trabas éticas que su
proyecto tiene que salvar para llevarlo a cabo, nos hace recodar la historia
escrita por Mary Shelley, en la que la criatura creada pasa a ser la víctima de
la insania de su creador que se ve impotente ante la monstruosidad de la vida que le ha sido dada; pero cuya naturaleza
le hace estar al margen del resto de la humanidad que siempre le mirará con
horror.
Hay
que preguntarse -si en un futuro más o menos cercano pudiera llegar a ser
posible que el trasplante de cabeza fuera una realidad y que el trasplantado
pudiera moverse con total normalidad y conseguir una plena autonomía-, cómo se
sentiría al despertar y encontrarse en un cuerpo ajeno que ahora
pasa a ser suyo -independientemente de los problemas de los rechazos que todo
trasplante trae consigo-, y si no sentiría horror al ver, sentir, tocar y
moverse "dentro" de un cuerpo que antes tenía otra cabeza como
"propietaria". ¿Podría resistir la mirada de espanto de quien viera y
reconociera su rostro "sobre" un cuerpo desconocido tan distinto al
suyo original que le estaría recordando a quien le mirara que es ahora un ser
hecho con partes tan visibles y notorias de dos personas distintas?
Hay
que comprender y respetar la tragedia humana que viven quienes están dispuestos
a afrontar todos los riesgos que conlleva una operación de tanta trascendencia,
porque en esa lista de cincuenta personas que esperan su turno para ser
intervenidas por el doctor Caravero -cuando sea posible-, hay no sólo
tetrapléjicos, sino también transexuales, lo que indica el grado de ajenidad y
rechazo que estos últimos sienten hacia sus propios cuerpos que, a pesar de
haber cambiado de sexo, siguen pareciéndoles que no son los que les corresponde
a su identidad sexual. Entonces, cabe la pregunta de cómo sentirán sus nuevos
cuerpos, pero que han sido de otras personas antes, cuando despierten del coma
inducido de cuatro semanas dentro de ellos y comprueben que esa piel, ese
tronco y esos miembros son aún más extraños que los que les han quitado en la
operación de trasplante y a los que ya no podrán recobrar, aunque así lo
quisieran, una vez operados.
Así
se lo ha advertido el cirujano anglosajón Junt Bajter, presidente de la
Asociación Americana de Cirujanos Neurológicos quien ha comentado en el diario El Independent -versión digital-, "No
le deseo nada malo a nadie, pero yo no permitiría que nadie me hiciese eso, ya
que, si algo sale mal, hay un
montón de cosas peores que la muerte".
Entre
los muchos peligros que presenta una intervención quirúrgica de ese tipo radica
en la posibilidad aterradora de que el cuerpo rechazara la cabeza, lo que
supondría la muerte del trasplantado. O bien, y no es menos pavorosa, podría
sufrir todo tipo de extrañas consecuencias.
Otros
muchos científicos advierten que no se sabe qué podría ocurrirle a la mente del
paciente cuando el cerebro se encuentre que tiene adosado un cuerpo que no es
el suyo original. Una u otra opción es a cual más terrorífica para quien sufra
una operación de esa importancia en la que no es la vida y la muerte sólo lo
que está en juego, sino la propia identidad del sujeto, su capacidad de aceptar
el paso de un cuerpo a otro, sin que dicho cambio de soporte físico le haga
volverse loco o morir de terror ante una pesadilla que se ha convertido en
realidad.
La
comunidad científica afirma que, hoy por hoy, una operación de trasplante de
cabeza -lo que se trasplanta es la cabeza a otro cuerpo y no al revés-, no es
posible y aún falta mucho tiempo para que pueda resolverse el problema de cómo
unir el cerebro y la médula espinal de forma efectiva y total. Sólo cuando se
hayan estudiado más a fondo las células madres se podrá llevar a cabo un
proyecto así que en el presente está fuera del alcance de cualquier científico
que intenta hacer realidad la historia de Frankenstein.
Desde
luego, quienes están en la lista de espera son personas con una gran angustia y
creen que esa decisión fatal, a pesar de sus terribles consecuencias, puede ser
la solución a sus sufrimientos para librarse de un cuerpo paralizado o que no
sienten como suyo por motivos de identificación sexual y desean enmendar la
plana a la propia Naturaleza que les ha jugado una mala pasada, aunque sus
mentes funcionen a la perfección a pesar de sus discapacidades físicas o problemas de identificación sexual, en el caso
de los transexuales.
Sin
embargo, aún falta mucho tiempo para que
sea posible llevar a cabo una historia de terror semejante, y cuyo trasunto literario
tuvo tan mal final en la obra de Mary Shelley, lo que puede salvar de ser
víctimas de su propia decisión fatal a quienes la han tomado y están en la
lista del doctor Caravero, librándose así de lo que advierte el doctor Junt
Bajter al afirmar que "Hay cosas peores que la muerte". Ese terrible
peligro parece no asustar a quienes lo aceptan voluntariamente porque confían y
esperan su salvación de manos del doctor Caravero para que éste lleve a cabo
tan espeluznante propósito, en un camino
de ida a la esperanza, pero no de vuelta a la normalidad que ahora sí tienen, a
pesar de sus vidas plagadas de sufrimiento en las que son seres humanos y no
criaturas monstruosas que parecen salir de un terrorífica pesadilla sin
despertar posible.